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Un Viejo Edificio Social

Como uno puede imaginarlo, cuanto más sube uno, cuanta más luz tiene.

En cada planta una pasarela más o menos ancha comunica las puertas de los pisos.

Por supuesto no hay ascensor y entre las plantas sucesivas corren varias escaleras. No son escaleras seguidas que te llevan desde el suelo hacia el septimo cielo, sino trocitos de escaleras que solo unen dos plantas seguidas. Luego tienes que recorrer una de las pasarelas para alcanzar la escalera siguiente.

 

En realidad eso da una sensación muy curiosa.

Lo bueno es que las pasarelas son mucho más grandes que los típicos rellanos y eso invita a desarollar una socialización entre vecinos.

Pero eso impide un recorrido furtivo de las escaleras a las quinientas: todos saben con quien andas y a que hora...

Otra manera de reforzar el control sobre esta clase que algunos pretenden peligrosa: la clase obrera.

Por suerte, nadie me atrapó mientrás recorría las pasarelas y pude llegar al último piso.

 

En la última planta, una gran cristalera permite disfrutar de la luz sin sufrir las intempéries.

Confieso que casi me enamoré de este rinconcito tan cercano al cielo.

 

Pero imaginé la temperatura cuando por casualidad brilla el sol, y recuperé la razón.

Más abajo, el portero había despertado de la siesta. Colgué mi sonrisa más inocente y desaparecí.